03 mayo 2010

Nuestros cuerpos son las almohadas de los dioses

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La muerte es el último relato de la historia.
La libertad perseguida es la puerta de los hombres sin salida
La soledad personal la moneda de cambio de la inconstancia
La acritud y la amargura sólo evocaciones de las heridas mal cicatrizadas

Las religiones me gustan hasta el punto en que no dañen a los creyentes
Las democracias siempre y cuando no aplasten a las pequeñas minorias
Los acentos diacríticos si no abren simas entre humanos y otros seres
Las palabras insolentes pronunciadas siempre desde las bocas infantiles.

Me sublevan los regalados derechos con que el poder nos obsequia siendo nuestros
Las soluciones radicales a problemas de índoles diferenciadas e intransferibles soluciones
Las críticas dañinas que sumergen y ahogan libertades sanas, inocuas y espontáneas
Los conciertos de voces que reclaman hipócritamente paz y amor mientras matan.

Detesto las expropiaciones que siempre expolian la gran pobreza de los pobres
Las supuestas virtudes que en su falsa modestia se hacen grito mientras amordazan
Las incoherencias de algunos que, mientras engullen, hablan de hambre y sed de justicia
Las soberbias en las bocas de tantos que hablan de todo y saben, de todo ,nada

Arrancaría con sus cepas las malarias de la envidia
Las sonrisas ficticias mientras te clavan por la espalda tres puñales
Las parábolas embusteras de filósofos marchitas de verborreas
La maldad arraigada en el coraje de la injusticia en su raiz más incipiente.

Escribiría de nuevo con amor la historia universal del siglo XX
Los derechos humanos agregando con generosidad más bienes comunes y personales
La constitución de los hombres que se constituyó a base de agresiones soliviantadas
La Sagrada Biblia tan pespunteada por intereses de profetas ciegos y sectarios

Y si fuera posible me reinventaría a mí misma con una valentía y bizarría nuevas,
con un ramaje de esperanzas frondosas como un bosque,
con la fuerza en la boca para abrir con palabras las minas de las voces enterradas.

Reformaría a los pobres de espíritu, a los indolentes,
a los que niegan las verdades evidentes, como puños,
a los atracadores de almas que se escudan en sus rangos
y a los políticos tramposos que nos roban a diario.

Este es más o menos el recorrido de mi vida,
lo que me duele en el alma por tantas obsesiones de vacío y vanidades llenas,
por Haber escuchado el rosario de la aurora a mediodía y no en la madrugada,
por no reencender las nocturnas luciérnagas apagadas por vulgares osadías

Y me callo, mordiéndome la lengua, por no pecar de todas estas mismas obscenidades
que vienen amargándonos la vida como piedras embuídas, en los zapatos.


Rosa Iglesias.
13 enero 2001