.
Rosita siéntate.
No quiero.
Y esos ojos de niña acalambrados
de miedo como los del preso sin culpa
iban descubriendo un universo hostil
sin escapatoria.
Rosita ven a leer.
No quiero.
Y agarrándome a la silla de mi hermana,
en pie como un estandarte de impotencia,
se escapaba por mis ojos la sabiduria
infantil que de nada sabe que de nada entiende
Rosita mira lo que tengo.
………………..
Y ví en su dedo la herida con sangre
doliéndome a mí
mientras escurría los ojos hacia los cristales
que me atrapaban inmensa
en un lugar donde yo lloraba por dentro
buscando con un dolor en el pecho inaguantable
la manera de salir huyendo y corriendo
a la calle
y a los amplios brazos que me habían dejado,
sentía yo, abandonada.